IRUYA, Salta, Argentina, 17/08/20.- Ayer fue el Día del Niño. Más allá de los festejos (que este año no tuvieron lugar en Iruya) hay una realidad social que existe y queda tapada, ya que poco se habla de ella. Pero no por eso es menos real. Esa realidad está presente en muchos lugares de las provincias del noroeste argentino, incluyendo también a Iruya. Y se trata de los niños que crecen de pronto, que casi no tienen infancia. Muchas veces, si van a la escuela, cuando llegan a sus casas tienen poco tiempo para estudiar porque tienen que trabajar. Y hacer trabajo de adultos. Cuidar cabras, hacer tareas de campo, si viven en el pueblo se los puede ver en plena temporada buscando turistas para llevar a los hospedajes, o repartiendo volantes, o atendiendo un mostrador en un negocio, entre muchos otros trabajos de adultos.
Que quede claro, no se está buscando culpables ni se está poniendo en la picota a nadie. Se trata de poner la lupa sobre un problema social muy complejo, del cual todos somos responsables y cuya solución es muy difícil de alcanzar. Porque, ¿qué mensaje les está dando la sociedad a los niños si en la escuela aprenden acerca de los “Derechos del Niño” y después en la casa tienen que trabajar, como si fueran adultos?
Esta realidad de la que poco se habla o poco se hace para solucionar está contundentemente reflejada en el poema de Fortunato Ramos, que puede leerse a continuación.
Yo jamás fui niño – por Fortunato Ramos
Mi sonrisa es seca y mi rostro es serio,
mis espaldas anchas, mis músculos duros
mis manos partidas por el crudo frío
sólo ocho años tengo, pero no soy niño.
Detrás de mis ovejas ando por el cerro
y cargau mi leña bajo hasta mi puesto
a soplar el fuego, a mismiar mi soga,
y no tengo tiempo para ser un niño.
Los años caminan y todo es lo mismo,
moti, sal con lechi son mis caramelos,
mi juguete un chivo o el perro ovejero,
poco tiempo tengo, pero no soy un niño.
Mi avión de juguete es un cuervo viejo,
mi camión un burro de trotar muy lento,
mi amigo, es el zorro que roba mis cabras
y es todo mi consuelo de poder ser niño.
Mi rostro es de viejo y mi andar de agüelo,
mis callos partidos por piedras del cerro,
mi poncho rotoso por el fuerte viento,
todo eso me dice, que no soy un niño.
¡Y no hay reyes magos,
no hay Días del Niño,
jamás tuve suerte
de poder ser niño!
Qué poema tan bello y doloroso! Muy profundo su análisis de esta realidad que no cesa. Gracias Pablo por su sensibilidad
un poema que describe maravillosamente una realidad.